Era viernes noche, y había bebido demasiado. Decidí, pues, irme por mi propia cuenta a casa. La noche había ido bien, sí. Pero un caballero debe saber cuándo retirarse si quiere salvar su honor.
Alcancé mi cama y la abrazé como se abrazan dos viejos amigos tras muchos años sin verse. Aún viajaban por mi torrente sanguíneo aquellos chupitos de vodka que tomé de más, así que probablemente no necesité demasiado tiempo para caer en un profundo sueño.
Y quíen iba a pensar que el caprichoso Morpheo decidiría aquella precisa noche, llevarme al viaje onírico que recordaría por el resto de mis días.
...
— Eh tú. Eh, te has dormido en mi jardín. ¡EH DESPIERTA! — dijo una aguda voz.
Abrí los ojos con dificultad, como si hubiera llevado una eternidad con ellos cerrados. Una suave brisa acariciaba mi pelo, hacíendome cosquillas en el cuello. La alfombra sobre la que yacía parecía césped, casi se sentía como tal, tan fresco, tan agradable al tacto... Resultaba de un color rojizo bastante llamativo, algo que me sorprendió bastante, sin duda, y terminó por hacerme entrar en razón. ¿Esto es césped rojo? Bien, estoy soñando.
— ¿Vas a quedarte ahí tumbado todo el día o vas a explicarme qué te ha traído a mi jardín? — volvió a repetir esa misma voz. — ¿Quieres por lo menos mirarme cuando te hablo? — replicó.
Alcé la cabeza en busca de alguien y no vi a nadie. Escudriñé entre unos rosales con la mirada esperando ver a alguien escondido, y nada. Entonces fue cuando al voltear le ví. Un pato, era nada más y nada menos que un maldito pato. Un pato con una pequeña corona en la cabeza y una capa color carmín con bordados dorados sobre su lomo. Vale, esto es completamente ridículo. Me dije para mí. ¿Cómo he terminado soñando algo tan absurdo?
Quise tratar de pasarlo por alto, y empecé a pellizcarme para ver si salía del sueño. Pero eso solo consiguió poner de mal humor al aparentemente Rey Pato, que odiaba que sus preguntas no obtuvieran respuesta.
— Maldita sea, ¿quiéres hacerme caso de una vez? Quiero que me digas quien te ha abierto la puerta a mis dominios. Hace más de una década que no recibo visitas. — dijo, mientras golpeaba con una de sus patas el brazo sobre el que me apoyaba.
— Per... perdona. — dije con cierta inseguridad. — Creo que me he perdido en mi propio sueño. ¿Podrías ayudarme a despertar?
— Pues claro que te has perdido. Ya te he dicho que estás en mi jardín, sin mi permiso, sin invitación y sin ropa adecuada siquiera. Pero ¿un sueño? esto es tan real como mis plumas, hijo. No sé qué mosca te habrá picado, pero aléjate de mí. No vaya a ser contagioso.
Definitivamente, tuve que beber demasiado para terminar soñando con un pato parlanchín que además no hace más que ponerme de mal humor. Sin contestarle, me levanté, me sacudí, y me dispuse a ir a cualquier parte lejos de ese estúpido pato. Pero no di más de tres pasos cuando de repente el Rey Pato con su pequeña corona me embistió a la altura del gemelo.
— ¡No me has dicho cómo diantres has llegado a mis dominios! — dijo a gritos.
— Eres producto de mi imaginación, estoy soñando, ya te lo he dicho. Y si no me vas a ayudar a despertar, déjame en paz — le espeté con enfado.
— ¡Por mis plumas! Eso sí que es egocentrismo; apoderarse de la propiedad de estos dominios diciendo que no son más que un estúpido sueño. ¡Pues si vas a seguir siendo tan maleducado y no vas a contestar a mis preguntas lárgate y no vuelvas! — y con esas mismas, el Rey Pato se levantó en vuelo, agitó sus alas fuertemente y una ráfaga de viento me mandó volando hacia la verja del jardín.
El golpe me conmocionó lo suficiente como para que al despertar ya no estuviera en ese peculiar jardín, sino en mi habitación. No obstante, el dolor de cabeza era completamente real. Claro que este sería producto de la resaca. Nunca más volveré a mezclar alcoholes.
— Cariño, a levantarse que ya es tarde — dijo la voz cantarina de mi madre al otro lado de la puerta.
— ¡Sí, mamá!
Me revolví un poco entre las sábanas para desperezarme, pero un ligero picor me asaltó el costado. No era un picor normal, era como un ligero cosiquilleo proveniente de algún ticket en la ropa. Rápidamente me destapé para saber de dónde provenía la fuente del picor. Aparté las sábanas y entonces las vi.
Plumas.