La historia del rey pato

domingo, 14 de abril de 2013

La celosa Luna.

Apenas le rozaba la piel, a ella se le colapsaba el corazón y ambos caían envueltos en pasiones, en salvajes deseos y en suspiros exasperantes. Cada vez que él rozaba con su boca las comisuras de aquellos hermosos labios, el silencio de la habitación se alteraba con un levísimo gemido. Y entonces, sus cuerpos se enredaban formando uno solo, de cara al éxtasis de la ocasión. Las venas se contraían, iban reduciéndose  hasta el punto de convertirse en finísimos hilos cargados de amor, un amor apasionado. El calor iba emanando cada vez, más y más convirtiendo a los jóvenes cuerpos en una fiesta flamígera donde la ropa...

Bueno, sobraba.

Todo esto, era apenas el principio; porque en cualquier momento ella se encontraría de nuevo sedienta de amor, y podría no volver a encontrarse con su amante. Entonces, con una pícara mirada y un tierno pero explosivo beso ambos se deshicieron de aquellas prisiones de tela que impedían sentirse el uno al otro. Luego, cuando los dos cuerpos volvieron a unirse, algo como el vuelo de un ave libre los rodeó, reconfortándolos, conmoviéndolos. Y de pronto como un ciclón, las hormonas erupcionaban, la intensa fogosidad explotaba en sus corazones, los sentimientos del alma se notaban a flor de piel. Se veía en sus pupilas, se sentía la ternura, cariño e ímpetu de afecto. Temblaba el mundo, el suelo se agrietaba, y todo se resumía en un verdadero sentimiento, en millones de sensaciones, en un calor casi cruel que los llevó hasta el limite de sus alientos.

[...]

Luego, mar y tierra dejaron de agitarse; y los cuerpos de los dos jóvenes terminaron de dar rienda suelta a su pasión contenida. Pero sus corazones, cada uno guardó parte de la llama del otro. Esperando volver a amarse una vez más.

¿Testigos? Uno. La celosa Luna.

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