Ya había agotado todas mis oportunidades, y las cosas solo podían ir peor aún, si cabe...
Primero me quitaron mi trabajo. Luego a mi hija. Y poco después el coche, la luz y el agua. A por este mohoso apartamento vendrían mañana, así que solo me quedaban unas cuantas botellas de alcohol barato vacías, colillas consumidas hace ya días, y el viejo y oxidado seis tiros de mi padre. Joder, si es más una pieza de exposición que un arma.
En fin, ahora el tiempo parece que pasa más lento, será porque se que todo va acabar pronto. Y por si no fuera lo bastante triste la situación, ni siquiera estoy nervioso. Ya pasé días intentando convencerme a mí mismo de manera inútil que no merecía la pena acabar con todo de esta manera. Y del mismo modo me di cuenta de que verdaderamente lo inútil es pensar que hay algún tipo de esperanza.
Le doy un último sorbo a mi última cerveza, que para qué me voy a engañar, sabe a meado. Tiro la botella vacía contra la pared y ésta no se rompe, bueno, tampoco es que me importe.
Me acomodo en el raído sillón, saco una bala del calibre 44 y me quedo largo rato mirándola... Finalmente, la introduzco en el tambor del revólver y apoyo el final del cañon de este contra mi sien. Cierro los ojos, tiro del percutor y acto seguido del gatillo...
La bala llega a mi cerebro antes que el sonido que ésta produce, por lo que me despido del mundo de una forma silenciosa, aunque únicamente para mí. Pero que más da, ¿Desde cuándo me ha importado a mí el resto del mundo?
De todos modos, que importa. Ya no tengo ni dudas, ni miedos, ni preocupaciones, ni esperanza alguna. Porque ya no tengo vida, porque al fin, puedo descansar en paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario