- De todas las llamas de este mundo; algunas eran bien altas y fulgurantes. Se hacian notar bastante, la verdad. Brillaban con una intensa luz y gran claridad.
Otras por su parte, eran pequeñas, vacilantes y temblorosas; su luz se oscurecia y amortiguaba de vez en cuando, pero se mantenian... relativamente constantes. Quiero decir que eran lo suficientemente vivas como para no perderse en la oscuridad, pero lo suficientemente debiles para no destacar entre las demás.
Y por úlimo, en un oscuro rincon en medio de ninguna parte, y completamente alejado de los demás fuegos, pude ver aquella tenue luz. Se trataba de una llamita pequeña y tan débil que apenas ardía, apenas se removía, ora brillando con gran esfuerzo, ora casi, casi apagándose del todo...
- ¿Y de quien es ese fuegecillo moribundo? - preguntó el joven.
- Ese fueguecillo, viejo amigo... Eres tú. - respondió la Muerte.
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