Me desperté increíblemente aturdido. Hacía frío, recuerdo. La humedad del ambiente se colaba por mis huesos y sentía hambre...
Esto es muy extraño, ¿no se suponía que estaba soñando? ¿por qué no había despertado aún? Me incorporé como pude con intención de inspeccionar el lugar. Todo estaba muy oscuro. No había más fuente de luz que la que se colaba por las rendijas de una pequeña ventana en la parte más alta de una de las paredes de la celda. La puerta, era de barrotes como los de la verja del exterior, pero más comidos por los efectos de la humedad, el óxido y la falta de cuidados.
De pronto, se encendió la luz titilante de una vela por el pasillo. El tambaleo de esta, dibujaba divertidas sombras que por un segundo me sacaron una pequeña sonrisa. —Vale sí, estoy atrapado en una celda con frío y hambre. Pero en realidad todo es un sueño lúcido, entenderéis mi falta de preocupación.— El portador de la luz apareció. Tenía unos enormes ojos amarillos, un semblante increíblemente serio a la vez que impasible. Como el de quien ha vivido infinidad de cosas. Medía algo más de medio metro, y tenía un hermoso plumaje de motas negras y marrones combinado con un elegante pecho blanco. Era hasta ahora el ser más grande que había visto en este pequeño y onírico mundo. Era un precioso e imponente búho real.
— Buenos días, visitante de lejanos mundos. Permítame acompañarle, pues el Rey solicita una audiencia con usted ahora mismo.— dijo muy educadamente el búho mientras abría la puerta de mi celda con el ala.
— ¿Con «Rey» te refieres a ese condenado pato malhumorado? ¿El ha ordenado esto?
— Tenga cuidado cuando se refiera a su majestad. Puede parecer pequeño y gruñón, pero es el ser más sabio y bondadoso que jamás haya conocido esta tierra. Tendrá motivos de peso para hacer lo que hace.— dijo mi carcelero con impasible semblante.
Sin decir nada más, sencillamente accedí y empecé a caminar junto al búho por los pasillos de aquel oscuro lugar. Por lo que me iba contando mi buen acompañante, se trataba de un antiguo castillo creado para que las aves del reino combatieran contra los invasores del pasado. Resulta que en este curioso mundo de mi subconsciente se habían librado grandes guerras entre facciones de animales. Las aves contra los reptiles, los reptiles contra los roedores, y ahora, por lo que el búho me contaba, parece ser que había tensión entre los roedores y las aves. Toda una batalla campal de múltiples frentes.
El "castillo", por su parte, era muy interesante. Tenía gruesos muros de piedra, y enormes ventanas con rejas por las que cabía perfectamente una persona de tamaño medio. Pero lo más interesante, es que no había puertas al exterior. Mientras me preguntaba quiénes y cómo habían hecho este edificio, el búho abrió con su pijo una trampilla en el techo, me mandó subir por ella, y ahí, en lo alto de esa mole de roca, se encontraba un el ave más grande que jamás halla visto.
Aquel ser era increíblemente grande. Medía dos metros y tendría unos cinco o seis de envergadura. A pesar de su plumaje azabache, la cabeza lucía al descubierto y en lo alto de esta, se alzaba una cresta grisácea.—¿No surgían los sueños a través de nuestros recuerdos y sensaciones del mundo real? ¿He imaginado desde cero a este enorme bicho?—. Aquel ser alado se giró. Y a pesar de que los rasgos de su cara presentaban una avanzada edad, con asombrosa elegancia extendió sus descomunales alas para luego hacer el gesto de lo que parecía una reverencia.
Yo estaba estupefacto ante tal escena. Mis ojos, sencillamente, no terminaban de creer lo que estaban viendo. De pronto, los ojos del enorme pájaro se clavaron en mi.
— Muy buenos días, visitante de lejanos mundos.— dijo sin mover en ningún momento el pico.— Y buenos días a usted también, señor Bubo.— mientras cambiaba a una mirada más cómplice.
— ¡Por las plumas de mi abuelo, qué humillación! —el aparentemente impasible semblante del señor Bubo se transformó en una mueca que mezclaba sorpresa y vergüenza.— John, disculpe mi falta de modales, por favor. Mi nombre es Bubo, soy el Mayordomo Mayor del Rey Pato. Él es mi gran amigo Vultur. Su estirpe es descendiente directa de nuestros más venerados ancestros, los Gryphus.
Mientras, con el ala, Bubo hacía un ademán para que me acercara a aquel enorme pájaro. Yo le seguí sin darme cuenta pero no dejaba de mirar a Vultur. Su sola presencia, hacía que me recorriera un extraño e indescriptible sentimiento a lo largo de toda la espina dorsal. No obstante, no había miedo.
— Vultur antaño fue un fiero guerrero. Ahora está a cargo del transporte de aquellos sin la capacidad de volar. Fue quien te trajo hasta aquí cuando esas descerebradas palomas soldado te dejaron inconsciente en los límites del reino. La cresta de su cabeza es su método para comunicarse. Telepatía, ya sabes. Lleva sirviendo a este reino más que cualquier otro ave aquí.— continuó diciendo Bubo.
— Es cierto, soy viejo. Pero eso no me impide cumplir con mi trabajo. Prometí servir al reino hasta que mis plumas se marchiten. Y aún falta mucho para ello. Ahora, John, sube a mi lomo. Tengo entendido que su majestad tiene muchas preguntas que hacerle, y no conviene hacerle esperar. —me dijo mientras se agachaba para permitirme montar en él.
— ¿Cómo... cómo sabéis mi nombre? — conseguí articular después del reciente bombardeo de información.— ¿Y por qué parecéis tan amables, si me habéis encerrado en una celda? No tiene sentido, ¡nada de aquí lo tiene!. Maldita sea, se suponía que era un sueño. Y jamás soñaría nada igual. ¡Parecéis reales, pero sois pájaros parlantes, no podéis ser reales! ¿Qué está sucediendo?
— Entiendo... Le aseguro que después de hablar con nuestro rey lo verá todo con mucha más claridad. Ahora, por favor, súbase a mi lomo. Pronto hallará respuestas a todas sus preguntas.
— ¿Con «Rey» te refieres a ese condenado pato malhumorado? ¿El ha ordenado esto?
— Tenga cuidado cuando se refiera a su majestad. Puede parecer pequeño y gruñón, pero es el ser más sabio y bondadoso que jamás haya conocido esta tierra. Tendrá motivos de peso para hacer lo que hace.— dijo mi carcelero con impasible semblante.
Sin decir nada más, sencillamente accedí y empecé a caminar junto al búho por los pasillos de aquel oscuro lugar. Por lo que me iba contando mi buen acompañante, se trataba de un antiguo castillo creado para que las aves del reino combatieran contra los invasores del pasado. Resulta que en este curioso mundo de mi subconsciente se habían librado grandes guerras entre facciones de animales. Las aves contra los reptiles, los reptiles contra los roedores, y ahora, por lo que el búho me contaba, parece ser que había tensión entre los roedores y las aves. Toda una batalla campal de múltiples frentes.
El "castillo", por su parte, era muy interesante. Tenía gruesos muros de piedra, y enormes ventanas con rejas por las que cabía perfectamente una persona de tamaño medio. Pero lo más interesante, es que no había puertas al exterior. Mientras me preguntaba quiénes y cómo habían hecho este edificio, el búho abrió con su pijo una trampilla en el techo, me mandó subir por ella, y ahí, en lo alto de esa mole de roca, se encontraba un el ave más grande que jamás halla visto.
Aquel ser era increíblemente grande. Medía dos metros y tendría unos cinco o seis de envergadura. A pesar de su plumaje azabache, la cabeza lucía al descubierto y en lo alto de esta, se alzaba una cresta grisácea.—¿No surgían los sueños a través de nuestros recuerdos y sensaciones del mundo real? ¿He imaginado desde cero a este enorme bicho?—. Aquel ser alado se giró. Y a pesar de que los rasgos de su cara presentaban una avanzada edad, con asombrosa elegancia extendió sus descomunales alas para luego hacer el gesto de lo que parecía una reverencia.
Yo estaba estupefacto ante tal escena. Mis ojos, sencillamente, no terminaban de creer lo que estaban viendo. De pronto, los ojos del enorme pájaro se clavaron en mi.
— Muy buenos días, visitante de lejanos mundos.— dijo sin mover en ningún momento el pico.— Y buenos días a usted también, señor Bubo.— mientras cambiaba a una mirada más cómplice.
— ¡Por las plumas de mi abuelo, qué humillación! —el aparentemente impasible semblante del señor Bubo se transformó en una mueca que mezclaba sorpresa y vergüenza.— John, disculpe mi falta de modales, por favor. Mi nombre es Bubo, soy el Mayordomo Mayor del Rey Pato. Él es mi gran amigo Vultur. Su estirpe es descendiente directa de nuestros más venerados ancestros, los Gryphus.
Mientras, con el ala, Bubo hacía un ademán para que me acercara a aquel enorme pájaro. Yo le seguí sin darme cuenta pero no dejaba de mirar a Vultur. Su sola presencia, hacía que me recorriera un extraño e indescriptible sentimiento a lo largo de toda la espina dorsal. No obstante, no había miedo.
— Vultur antaño fue un fiero guerrero. Ahora está a cargo del transporte de aquellos sin la capacidad de volar. Fue quien te trajo hasta aquí cuando esas descerebradas palomas soldado te dejaron inconsciente en los límites del reino. La cresta de su cabeza es su método para comunicarse. Telepatía, ya sabes. Lleva sirviendo a este reino más que cualquier otro ave aquí.— continuó diciendo Bubo.
— Es cierto, soy viejo. Pero eso no me impide cumplir con mi trabajo. Prometí servir al reino hasta que mis plumas se marchiten. Y aún falta mucho para ello. Ahora, John, sube a mi lomo. Tengo entendido que su majestad tiene muchas preguntas que hacerle, y no conviene hacerle esperar. —me dijo mientras se agachaba para permitirme montar en él.
— ¿Cómo... cómo sabéis mi nombre? — conseguí articular después del reciente bombardeo de información.— ¿Y por qué parecéis tan amables, si me habéis encerrado en una celda? No tiene sentido, ¡nada de aquí lo tiene!. Maldita sea, se suponía que era un sueño. Y jamás soñaría nada igual. ¡Parecéis reales, pero sois pájaros parlantes, no podéis ser reales! ¿Qué está sucediendo?
— Entiendo... Le aseguro que después de hablar con nuestro rey lo verá todo con mucha más claridad. Ahora, por favor, súbase a mi lomo. Pronto hallará respuestas a todas sus preguntas.
~Continuará.
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