Jhon, un joven estudiante de 17 años con una vida monótona y aburrida, había salido a dar un paseo nocturno por las afueras. Ahora, contemplaba la escena aterrado sin saber que hacer. Una parte de él quería ayudar a aquel ser para sacarle de su dolor. Mientras que otra parte la más sabia, sabía que no debería estar siquiera ahí y que lo mejor sería escapar. Pero el buen corazón de Jhon hizo que se aventurara hacia donde se encontraba lo que fuera que fuese eso. Lo que no sabía, era que aquella decisión, cambiaría por completo la vida del joven Jhon.
A medida que se acercaba hacia la silueta, esta iba perdiendo forma humana. Lo que parecía una chaqueta de piel, resultaba ser nada más y nada menos que pelo. En su cara, unas puntiagudas orejas se alzaban, y unos enormes ojos se le iluminaron como dos lenguas de fuego; de las cuales emanaba un sentimiento de rabia tan fuerte que ahuyentaría a cualquier depredador que aprecie su vida. Pero Jhon ya estaba demasiado cerca y no había forma de huir. Inmóvil y anonadado debido a la situación en la que se encontraba, no pudo articular movimiento ni palabra.
En el tiempo en el que un rayo parte el cielo, la bestia saltó sobre el joven. Podía haberle arrancado la cabeza de un mordisco si hubiera querido. Podía haberle roto las piernas y descuartizado con sus enormes garras y sus imponentes dientes. Pero no lo hizo. No lo hizo porque ese monstruo resultaba tener humanidad. Lo que en sus ojos antes era rabia, ahora, a unos pocos centímetros de las fauces de aquel ser, el joven Jhon descubrió que no era así. Más bien, parecía que la bestia intentara pedirle desesperadamente ayuda o incluso clemencia con la mirada. Segundos después, el humanoide se apartó de su atemorizada presa lentamente. Otro rayo ilumino por un segundo la escena. Suficiente para que el chaval, tumbado sobre la maleza pudiera observar en el hombro de la bestia una gran mancha de sangre característica de una herida de bala. Ahora Jhon lo entendía todo. El imponente depredador irónicamente era la presa perfecta, el pez gordo para los cazadores furtivos.
En el tiempo en el que un rayo parte el cielo, la bestia saltó sobre el joven. Podía haberle arrancado la cabeza de un mordisco si hubiera querido. Podía haberle roto las piernas y descuartizado con sus enormes garras y sus imponentes dientes. Pero no lo hizo. No lo hizo porque ese monstruo resultaba tener humanidad. Lo que en sus ojos antes era rabia, ahora, a unos pocos centímetros de las fauces de aquel ser, el joven Jhon descubrió que no era así. Más bien, parecía que la bestia intentara pedirle desesperadamente ayuda o incluso clemencia con la mirada. Segundos después, el humanoide se apartó de su atemorizada presa lentamente. Otro rayo ilumino por un segundo la escena. Suficiente para que el chaval, tumbado sobre la maleza pudiera observar en el hombro de la bestia una gran mancha de sangre característica de una herida de bala. Ahora Jhon lo entendía todo. El imponente depredador irónicamente era la presa perfecta, el pez gordo para los cazadores furtivos.
Al dejar paso a la oscuridad tras la luz de aquel último rayo, la bestia, mucho más humana que algunas personas, aprovechó para desaparecer entre la bruma. Apenas unos segundos después, un grupo de 4 hombres armados dieron con Jhon y le llevaron a una casa. Una vez dentro, le asaltaban con preguntas sobre lo que vio aquella noche, mientras le ayudabn a recomponerse y le curaban la herida que recorría su pecho. Un leve y perfecto corte producto sin lugar a duda de la garra de un animal. Jhon nunca dio dato alguno sobre con lo que se encontró aquella noche. Pero el sabía perfectamente lo que había visto.
Jamás se olvidaría de aquella fatídica noche...
Jamás se olvidaría de aquella fatídica noche...
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